viernes, 16 de noviembre de 2012

Hablar de Zen




Un fragmento de la conversación sostenida con Nicolás Schuff, publicada en la revista Yoga +, de Buenos Aires, en el mes de noviembre.  


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En el libro Zen I, Ruta hacia Occidente, escribís que palabra y silencio son dos polos de una misma dialéctica, básica para entender el Zen, y que contraría cierta idea, más reciente y con aroma occidental, de privilegiar lo inefable con respecto a lo afable. ¿Cuál es la relación del Zen con el lenguaje?

Uno de los puntos en los que más choca el soto Zen con el Zen rinzai, pero también con cierta manera de designar la experiencia contemplativa incluso en Asia, es el hecho de que la palabra no es un suplemento o un ornamento, sino parte vertebral de la experiencia. Dôgen, el iniciador del soto Zen, entiende el Zen como un camino para el conocimiento de la existencia propia, entreverado con el conocimiento de las palabras que designan esa experiencia. No es que haya que decir simplemente algo que ocurrió, sino que la elocución de eso que ocurrió forma parte del tramado de la experiencia.
Es notable cómo, en ese punto, el Zen funciona como la escritura literaria. La escritura crea la persona del escritor a posteriori. Es una invención profundamente humana. El escritor descubre o averigua quién cuernos era, un poco aupado por la escritura. Y muchas veces lo ve refrendado por la lectura que los otros hacen.
Creo que todas esas cosas Dôgen las tenía muy presentes. Y de hecho él se da a conocer básicamente mediante la palabra, oscilando entre la prosa poética y una prosa ensayística, filosófica.


La idea que en occidente se ha difundido del Zen lo vincula al silencio, a una estética “minimalista” y despojada, a una experiencia que tiene justamente algo de inefable…

Sí, como si fuera un mecanismo en el que hay una práctica donde ocurre un acontecimiento que nos deja mudos, perplejos. O que mediante la práctica de zazen se accedería a un lugar donde ya no es necesario hablar. Y no es así, claro.
Por otra parte, el "orientalismo" tiene su dialéctica, donde una versión se antepuso a la otra y la opacó durante muchos siglos. Hay una expresión del Budismo que es mui shinnin, que significa “hombre sin atributos”, como si esa fuera una diferencia o una característica que marca lo que es la contemplación oriental. Y Dôgen usa ui shinnin, que es lo contrario: el hombre con atributos. Y el atributo del hombre, para Dôgen, es indiscutiblemente el lenguaje.
Lo curioso es que Dôgen acaparó el discurso, ya no del Zen, sino japonés, de los últimos siete u ocho siglos. Es EL pensador japonés. Ocupa todo el escenario discursivo de Japón. Es una cosa casi graciosa, exagerada. Pero creo que es así precisamente porque es capaz de enhebrar el lenguaje con, por decir así, la aguja de tejer de la vida. Constantemente, él se va trasladando de su experiencia a la forma de decirla. Su práctica es ese vaivén. Práctica, escritura, práctica, escritura. Y lo notable es que de eso no sale un diario espiritual o unas confesiones, digamos, sino una visión fenomenológica de la existencia, donde la primera persona del singular no existe. La vida puede desarrollarse en unas circunstancias donde el atributo de la primera persona del singular no se activa. Y la vida sigue.


En ese sentido, ¿qué lugar ocupa la figura del maestro? ¿Cómo se transmite el Zen?

Dôgen dice: "zazen es tu maestro". El zazen (la meditación sentada) 'corrige' al Zen. No porque sea algo mejor, sino porque ajusta las palabras a lo que hay. Y por eso siempre me parece que el Zen no es eterno. Puede ser vitalicio en una persona. Pero cuelga del hilo de su práctica, el zazen. Si se corta la práctica pueden quedar textos de momentos señalados, pero pasan a ser textos 'usados', que necesitan la verificación personal.
El zazen es algo que se puede experimentar en compañía, manteniendo siempre una práctica individual. En ese compañerismo hay desigualdades, asimetrías, pero no hay maestría.
Un extremo de la temática del maestro, para poner una imagen actual en Buenos Aires, es la del hombre extranjero, exótico y barbudo que llega en un avión y que se dirige a una multitud que espera oír la palabra justa.
Fijate que si lo pusiéramos en palabras fuera de este ejemplo concreto parecería que estamos exagerando, haciendo una caricatura… Pero claro: no hay maestro sin la avidez de una congregación de discípulos. Michel Foucault dice que no hay dominación que no se corresponda con cierta satisfacción que experimenta el dominado. ¡Tremendo! No está dicho desde el cinismo, sino desde la tristeza o el drama de comprender que eso forma parte del funcionamiento social.
Así que el Zen aspira a que zazen sea el maestro. Y eso plantea una expectativa de autonomía personal muy alta, que probablemente no es posible para todo el mundo. De hecho, aunque es el más florido y prestigioso, el Zen de Dôgen es minoritario respecto a otras ramas más cultuales y eclesiásticas del Zen en Japón. Y sobre todo es mucho menos poderoso. Porque si ya pusiste en duda al maestro, vas camino a poner en duda al gobernante, al jerarca, al dueño de la tierra, al especialista. Forma parte de la misma lógica. Una lógica que no es exactamente de protesta, pero sí de cuestionamiento. Y la propia historia de Dôgen muestra hasta qué punto eso molestaba muchísimo a los poderosos de su época, aunque no los acusara con el dedo. Simplemente los dejaba en evidencia. Así que el tema del maestro es la parte niestzcheana del Zen. O sea, no existe el superhombre, en absoluto, ni siquiera como una idea graciosa, pero existe la posibilidad del hombre libre. Y al mismo tiempo la evidencia de que el camino de libertad no es la avenida más ancha, más cómoda ni más frecuentada. Esa libertad se refiere a la determinación, en cada uno, de las propias ideas y los propios comportamientos. Que no es equidistante, no es un “justo medio”. Ni siquiera en lo político. Tiene sus preferencias, sus cuitas.
Por supuesto yo he tenido, tengo y espero seguir teniendo personas cuyo consejo y ayuda busco y valoro muchísimo, cuya influencia me resulta importante en distintos planos de la vida. Pero haría un triste espectáculo si esperara que bajaran de un avión, con una túnica encima, para decirme unas palabras dulces, que por otra parte pueden ser un tremendo lugar común.


Vos hablabas de ramas eclesiásticas del Zen en Japón. ¿El Zen tiene algo de religión?

El Zen no es religión, pero "recae" a menudo en ella. Por religión entiendo institución: caracterizada por una "forma reglamentaria" y discernible en "doctrinas" que, cuando se escuchan o aplican pasivamente, lindan con el dogma. El Zen es humano y, como tal, sujeto a la ley de la gravedad. El pájaro en vuelo, si no aletea se desploma. El nadador goza del río mientras bracea; pero si se deja estar, se ahoga. Salvo que aprenda muy bien a hacer la plancha, arte extraño y consumado que alterna estar arriba y abajo del agua. La religión no es mala en sí, pero constituye un poderoso distractivo en el "trayecto" de un hombre libre. No digo "hacia la libertad" (la libertad no es un lugar al que se llega), porque el practicante de zazen YA es libre cuando practica. Libre en los márgenes más amplios o más estrechos que le autoriza "el tamaño" de su conciencia en ese momento. La conciencia es una planta que crece.

A la luz de lo que acabas de decir, ¿qué es el zazen?

Suelo decir que zazen es la distancia que separa nuestra fantasía de libertad y bienestar de una experiencia aquí y ahora de dichos exquisitos sabores. Zazen es un puente, un instrumento para ir acortando esa distancia. Cuando se dice que el Zen es "presencia de uno mismo a uno mismo", significa eso: estar presente, sencillamente ahí, en el momento en que todo lo que somos (y para empezar la mente) se fusiona con la respiración. 
El zazen es un germen de reconocimiento de la propia vida y de restitución de la propia vida. De ampliación del espacio de lo vivo en uno. Yo lo entiendo así.
Los practicantes de zazen van encontrando lo que tal vez ni se atrevían a buscar: un fondo móvil y expansivo de ellos mismos, caracterizado por una amplitud inabarcable y, en oposición sólo aparente, por un parecido tremendo con las características idiosincráticas de cada cual. Durante el zazen "noto" cosas de cada uno por la postura o la forma de respirar (si no "escucho" a los practicantes, me siento un poco perdido; por eso cierro ventanas si afuera hay ruido). También voy notando la forma de ejercitación de cada uno, y diez mil detalles en su manera de hacer y de hablar. Esto raras veces es objeto de una conversación. No hay "dirección espiritual" en el zazen, eventualmente hay conversa amistosa, cada vez que a un practicante le parece bien.


1 comentario:

  1. Carlos O. Antognazzi17 de noviembre de 2012, 21:50

    Caro Alberto: coincido con el planteo del escritor que se descubre como tal en la praxis de la escritura. Sólo escribiendo el escritor se dice y construye a la par del texto, y sólo habiéndolo "terminado" descubre qué es lo que quería decir. La literatura es demasiado inasible y katto como para poder encorsetarla en una definición.

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